En
el pequeño poblado de Shaid, su familia siempre había sido humilde y
trabajadora. Del trabajo de cada día dependía su supervivencia. Lejos de ansiar
tierras o riquezas como sus hermanos, Shaid anhelaba algo infinitamente más difícil
de alcanzar: ser escritor. Desde muy temprana edad, mientras los demás niños corrían
por el campo, Shaid prefería dedicar su tiempo libre a la lectura de las
novelas que el maestro del poblado poseía, y que gustoso, compartía con el
joven Shaid, al contemplar el ferviente interés que este tenía por las escasas obras
literarias que tenía en su poder. El maestro, que era de los pocos habitantes
del poblado que había cruzado fronteras para conocer e instruirse, representaba
para Shaid su más admirada figura dentro del escaso mundo que conocía. El joven
releía una y otra vez las obras, y le encantaba compartir con el maestro sus opiniones
e inquietudes, pero con el paso de los años, comenzó a surgir en el muchacho la
necesidad de conocer aquellos lejanos lugares tan bellamente descritos en las
novelas, y ante todo, el deseo de crear algo propio. No tardó en darse cuenta
de que la labor del escritor no era tan sencilla como aparentemente podría
parecer, no solo el deseo de escribir le bastaba. Necesitaba algo más: necesitaba
inspiración. Y para alcanzarla, hurgó en los lugares más recónditos de su
mente, admiró puestas de sol desde las verdes y doradas colinas que rodeaban su
tranquilo poblado, pasó noches en vela, abrazado a una tenue luz que levemente
se consumía en su viejo escritorio, al igual que su esperanza de encontrar esa
fuente de inspiración que tanto necesitaba para cumplir su deseo.
–Si
logro ser escritor, algún día, alguien encontrará refugio en mis palabras, como
yo encuentro mi lugar entre los versos de otros- solía pensar Shaid,
apesadumbrado ante el bloqueo que su mente experimentaba.
El
maestro, consciente del deseo del muchacho de encontrar su propia forma de
expresar lo que sentía, decidió animarlo a descubrir el mundo que se hallaba más
allá de los límites del pequeño poblado en el que se había criado. Pero, sobre
todo, a conocer al sabio que habitaba en un lejano territorio conocido como las
Tierras Rojas, llamado Ibn Hassan, y que sin duda, debido a sus amplios
conocimientos, podría ser de gran ayuda a Shaid en su búsqueda de sabiduría e
inspiración para escribir. El joven se
mostró profundamente asombrado solo ante la idea de abandonar su tierra natal y
adentrarse solo en aquel viaje que para él sería sin lugar a dudas una aventura.
Decidido, Shaid expuso a sus familiares su gran necesidad de realizar aquel
viaje y de esa manera explotar el potencial que el muchacho poseía. Pese a la
reticencia previa que mostraron sus padres ante la idea, todos eran conscientes
de que Shaid nunca podría ser feliz como los demás muchachos del poblado,
necesitaba dar más de sí mismo. Las palabras podían darle la felicidad que una
vida dedicada a la tierra jamás podría darle. Finalmente se convencieron de que
era lo mejor; tomando algunas provisiones y escasas pertenencias, Shaid se
dispuso a emprender su camino.
Según
su maestro le había indicado, debía llegar hasta un poblado cercano, e incorporarse
a una caravana de viajeros con destino las Tierras Rojas. Y así lo hizo. Inició
su pequeña aventura en solitario, por sinuosos caminos y extensas praderas, en
las que acampaba al anochecer bajo un manto estrellado. Se sentía más libre que
nunca. Podía sentir cómo poco a poco se despojaba de todo lo que conocía para
adentrarse en algo nuevo, algo para lo que desconocía si estaba preparado o no.
Tras un par de días, alcanzó el poblado más cercano y consiguió unirse a una
caravana que había llegado recientemente de las Llanuras Altas, en la que
confluía gente de distintas tierras, culturas…Siempre había sido un chico
reservado y no estaba acostumbrado a tratar con gente nueva, se limitaba a
escuchar todas las conversaciones que podía y a tratar de entender las
distintas opiniones que en ellas hallaba. Durante el viaje, el joven no podía
hacer más que pensar en su llegada. Poco le importaba el camino; sabía que si
su maestro lo había enviado allí era porque estaba seguro de que podría
encontrar lo que buscaba.
No
fue hasta el sexto día, cuando el camino comenzó a volverse largo y rutinario,
cuando ocurrió: Aquella mañana, Shaid caminaba siguiendo la corriente que le
rodeaba, ensimismado en sus pensamientos, sin percatarse de la joven que lentamente
se le acercaba, atraída ante lo que rondaría la cabeza del muchacho de mirada perdida que, pese a estar
junto a ella, parecía encontrarse a leguas de distancia. Apartándolo de sus
pensamientos, le preguntó suavemente por su nombre, a lo que el joven, que
parecía haber caído de una nube, respondió con expresión claramente sorprendida:
–Shaid.
Aparentemente,
la chica podía parecer perfectamente normal. No destacaba por ser especialmente
alta, ni especialmente baja, su cabello rizado caía en cascada por su espalda y
a los laterales de su rostro, lo cual ocultaba las dos hermosas joyas que
alumbraban su rostro y que, a ojos de Shaid, la hacían la joven más
hermosamente indescriptible que pudiera haber conocido. Como si de esmeraldas
arrancadas de un acantilado se tratara, la joven guardaba en su mirada la
fuerza de las olas, y la suavidad de la espuma del mar; escondía la dulzura de
un sueño y la calidez de un rayo de sol en primavera… Esto inundó a Shaid por
dentro la primera vez que su mirada se fundió con la de la joven, con la cual
se sentía como nunca antes se había sentido. No encontraba palabras para
describirlo; por primera vez tampoco lo
necesitaba. Tímidamente, Shaid le preguntó a la joven por su nombre, contestó:
–Helena- con una amplia sonrisa.
A
partir de ese momento, los días transcurrieron para Shaid como un extraño
sueño. Pasaba las horas de camino hablando con Helena, descubriendo, aprendiendo
y compartiendo todo lo que ambos conocían… No tardó en saber que la joven viajaba
en la caravana con un propósito muy común entre los viajeros que los
acompañaban; el padre de Helena era comerciante, se dirigían a las Tierras
Rojas y luego continuarían su viaje por otras zonas para intercambiar
mercancías y otros bienes. Debido al negocio familiar, la joven había conocido
a su corta edad numerosos lugares, algunos de ellos, completamente desconocidos
para Shaid. Helena se deleitaba compartiendo con el muchacho todo lo que
conocía, mientras él le hablaba de los libros y autores que con tanta
dedicación había leído; existía verdadera complicidad entre ellos y, por
primera vez, Shaid dedicaba sus pensamientos a algo diferente, algo que nunca
había imaginado fuera de la literatura, algo que hacía que la ansiedad por la
ausencia de inspiración desapareciera, y que casi lo hacía olvidarse del verdadero
propósito de su viaje… Y así, fascinados el uno por el otro, un viaje de
semanas parecía reducirse a tan solo unos segundos, parecía reducirse tanto que
Shaid apenas podía plantearse que llegara a su fin…Pero como todo sueño, tocaba
despertar y, como toda travesía, esta también debía finalizar. A apenas un día
de trayecto, las Tierras Rojas comenzaban a divisarse en el horizonte. Fue
entonces cuando el momento llegó. Shaid había llegado a sentirse tan unido a
Helena que no imaginaba el momento de despedirse, posiblemente para siempre. La
dura realidad lo atravesaba como un rayo y amenazaba su corazón como una daga.
Volvía a ser consciente de la realidad, y de que su verdadero propósito se
encontraba más allá de aquella joven y de aquella caravana: debía encontrar al
sabio Ibn Hassan y encontrar su inspiración para alcanzar su sueño de ser
escritor. Era difícil afrontar que no volvería a ver aquellos ojos, ni aquella
sonrisa, porque algo dentro de sí mismo le decía que no encontraría
fácilmente de nuevo todo aquello
concentrado en una sola persona. A pesar de ello, debía continuar su camino y
cumplir lo que había prometido a su familia, a su maestro y a sí mismo. Al atardecer del día siguiente, la caravana
llegó al destino señalado y ambos jóvenes debieron enfrentarse a la temida
despedida. A pesar de sentirse muy unidos, ninguno de los dos era capaz de
expresar la fuerza de lo que en verdad sentían. Tal vez si alguno lo hubiera
hecho, el adiós habría sido diferente, o tal vez no. Nunca lo sabrían, al igual
que Shaid nunca conocería la existencia de la lágrima furtiva que recorrió las
mejillas de la joven cuando ambos se fundieron en un último abrazo, ni tampoco
Helena sería consciente del nudo en el pecho que ahogaba al joven y que una vez
más, lo dejaba sin palabras. Demasiadas letras en el tintero, demasiado por
decir, demasiado por vivir…Desarmado por completo, Shaid solo tuvo valor para
pronunciar un último –Debo partir, antes de que caiga la noche- , y sin mirar
atrás, con los ojos empañados, abandonó la caravana, y todo lo que le había
acompañado en su viaje hasta ese momento, prometiéndose a sí mismo que
merecería la pena y que encontraría en el sabio aquello que tanto buscaba.
Según
había podido averiguar por las distintas gentes que habitaban en las Tierras
Rojas, el sabio Ibn Hassan regentaba una escuela en la que impartía sus
enseñanzas y compartía sus conocimientos a todo aquel que tuviera capacidad
para asimilarlo. Así, dejaba un importante legado a aquellos que supieran
apreciarlo. La escuela no era lujosa y mucho menos extravagante, era a decir
verdad, bastante humilde y sencilla, pensaba Shaid mientras aguardaba en la
entrada. Se sentía inquieto, nervioso…Desde que abandonó la caravana trataba
día y noche pensar en cómo le expondría al sabio su problema y sus necesidades,
pero el recuerdo de los días pasados con Helena, no hacían más que dificultar
su concentración en otros aspectos, por lo que, llegado el momento de su
encuentro con el sabio, apenas tenía en mente un guión claro que seguir. Seguía
el joven contemplando la entrada principal de la modesta escuela, cuando un
curioso anciano se le acercó lentamente y con una voz llamativamente firme para
la edad que aparentaba, le preguntó:
-¿Buscas algo, joven?- Parecía una pregunta sencilla, para la
complejidad que la respuesta
conllevaba…Buscaba tantas cosas en aquel lugar.
–Desearía
una audiencia con el sabio Ibn Hassan, si fuera posible- respondió Shaid con
voz tímida.
–Por tu acento detecto que no eres de por
aquí, está cayendo la tarde, y la escuela no abrirá sus puertas hasta mañana
por la mañana; además el sabio es un hombre muy ocupado como podrás imaginar,
deberás tener un buen motivo para solicitar su audiencia- dijo el anciano con
un destello curioso en la voz. Algo se ocultaba tras la mirada inquieta de
aquel extranjero.
-¿Te
apetecería comer algo? Pareces hambriento- prosiguió este. Shaid asintió
ligeramente con la cabeza, el dinero comenzaba a escasearle, llevaba casi un
día sin comer nada y su estómago comenzaba a resentirse. Ambos se dirigieron a
una taberna cercana, bastante tranquila a nivel de público, pidieron dos
cuencos de sopa y justo cuando se disponían a tomar la primera cucharada, el
anciano comentó con voz tenue:
– Espero no resultarte entrometido, pero ¿qué te
lleva a requerir la audiencia de Ibn Hassan?
–Es
complicado- respondió Shaid tras un prolongado e intenso suspiro.
-Creo
que podré seguirte - contestó el anciano, esbozando una sonrisa que iluminó
durante un segundo su serio semblante, y que invitaba al joven a compartir con
él los motivos que lo llevaban a encontrarse allí.
Fue
entonces cuando el joven se dispuso a contar su historia. Comenzó desde los
verdes prados que rodeaban su lejano poblado, habló de un chico que desde niño
añoraba ser escritor, y de cómo este abandonó todo lo que conocía para
perseguir dicho sueño, en busca de la inspiración. También habló de una bolsa
con pocas pertenencias, y de un corazón cargado de ilusiones. De la sensación
de miedo y a la vez de libertad que sentía con cada paso que avanzaba …Habló
durante horas, y entrada ya la madrugada, rememoró con una mezcla de felicidad
y profunda añoranza los momentos que había vivido con Helena, y sintió como el
corazón volvía a encogérsele con su recuerdo, una vez más. Finalmente, relató
su llegada a la escuela y su nerviosismo ante la audiencia con el sabio, tras
lo que se produjo durante unos minutos, un espeso silencio. Shaid lo había
dicho todo; al anciano, le quedaba todo por decir. Pero todo, no es
necesariamente decir mucho, por lo que únicamente enunció una curiosa pregunta:
-¿Por
qué buscas lo que ya has encontrado, Shaid?- El joven lo observaba atentamente,
sin entender del todo la pregunta del anciano. Decidió dejarlo proseguir. –Buscas
inspiración, sin darte cuenta de que en los últimos tiempos se ha presentado
ante en ti en numerosas formas; buscas palabras, sin percibir que son
herramientas que acuden a tu mente para que las hagas tuyas; buscas escribir
sobre algo grande, menospreciando el valor de las cosas más pequeñas… Has
vivido intensamente en los últimos días, encontraste a tu musa en el lugar más
insospechado, y esa espontaneidad es la que tu inexperiencia joven ha pasado
por alto. Has alcanzado el destino que te proponías, sin percatarte de que en
el mismo camino, podría encontrarse lo que buscabas.
El
rostro de Shaid reflejaba ampliamente el impacto que las palabras del anciano
habían ejercido sobre él. Por vez primera, el joven se detenía a pensar en el
camino recorrido, en lugar del que le quedaba por recorrer. Empezó a
comprender, por difícil que resultara, cuánta razón se escondía tras aquel
argumento. La imagen de Helena se reflejó de nuevo en su mente y una lágrima
asomaba discretamente en aquellos ojos que tanto habían visto en los últimos
tiempos. Había recorrido tantos kilómetros, y dejado atrás tantas cosas…
-La
inspiración, así como la felicidad, el amor o la amistad, no se buscan Shaid,
se encuentran en el momento más inesperado, eso es lo que las hace grandes. A
veces hay que mirar más allá y otras, tan solo debemos fijarnos en lo que la
vida pone frente a nosotros.- De nuevo
se produjo un silencio aún más intenso y prolongado que el anterior, hasta que
finalmente Shaid abandonó la mesa en la que se encontraba, consciente de los
errores que había cometido y apenas acertando a agradecer al anciano el haberle
quitado la venda de los ojos. El anciano nunca revelaría al joven su identidad,
tal vez porque de haber sabido que el propio sabio Ibn Hassan estaba a la
escucha de su historia, el joven nunca le habría hablado con la misma franqueza
que destacó en él aquella noche.
Los
rayos del sol comenzaban a despuntar por el horizonte, cuando Shaid decidió
proseguir su viaje y comenzar a trazar su propio camino mirando siempre hacia
adelante, pero esta vez, sin perder de vista las huellas que sus vivencias,
dejaban atrás.